La lechuza es el símbolo de la sabiduría. Así se representa a la diosa Atenea en la cultura griega. La sabia lechuza mira con sus grandes ojos, observa, calla, y, parece que comprende el sentido más profundo de los que ve.
En muchos relatos, la lechuza es quien da el consejo acertado, quien dirime en un juicio, quien tiene la última palabra, porque sabe, porque reflexiona, y porque su juicio siempre da confianza.
Es fácil darse cuenta que hoy nos falta el tiempo y la paz suficiente para reflexionar, escuchar, mirar, pensar, observar. Corremos, corremos y corremos. Todo es un vertigionoso camino que nunca acaba, y que no tiene tiempo para nada, que todo tiene que ser ya; nos falta la sabiduría para escuchar y observar, la paciencia para mirar.
Además, si añadimos a esto la capacidad de sufrir, la paciencia ante las contrariedad, el entender que aquel pequeño o gran sufrimiento no es simplemente una cruz insufrible, sino que es parte de nuestra vida, que enriquece nuestra existencia, y aceptamos ese dolor, nos iremos haciendo sabios, nos "asombraremos" ante el efecto que tiene el dolor, ante la madurez que da peso y contenido a nuestra vida.
Mi experiencia es que cuando uno sólo se mira a si mismo, se dedica a observarse, -en vulgar, sólo se mira el ombligo-, se agota de veras, se deprime y sólo vive para quejarse y amargar a los demás, además de vivir agotado y agotando. Como me decía hace años un universitario de 20 años -¡todo un hombre maduro!-, "mire, a mí lo que verdaderamente me agota, es mi propia imbecilidad!".
Cuánta sabiduría da el callar, escuchar, reflexionar y no tener miedo al sufrimiento. Uno aprende a darse cuenta de que en esta vida pocas cosas son importantes, y que podemos vivir y ser felices con mucho menos de lo que tenemos.
Un saludo y perdón por haber tardado tanto en volver al blog. Prometo ser más constante.