miércoles, 21 de abril de 2010

Lealtad a Pedro

He leído casi todos los libros de Santiago Martín, y le tengo gran admiración. Siempre me han ayudado sus escritos, y he recomendado a muchas personas –en especial universitarios- el que a mí me parece el mejor sus libros: El evangelio secreto de la Virgen María. Cuando lo leí, me acercó más a “meterme en las escenas del Evangelio”, como recomendaba San Josemaría.
Ayer leí este artículo suyo en La Razón que me parece esclarecedor, y trabajado desde la fe. También leí la carta de Hans Küng, me pareció llena de mentiras y ácida, No sé qué tiene en el corazón este teólogo, pero destila amargura. Sólo –desde entonces- rezo por él, y sé que pocos, muy pocos, le van a hacer caso, como dice Santiago en su artículo.
Aquí va para que puedas leerlo, y desde aquí se lo agradezco a Santiago.

La conspiración y Küng
La “teoría de la conspiración”, de la cual muchos se burlan, ha tenido en estos últimos meses abundantes motivos para confirmarse, al menos en la mente de los que creen en ella. Me refiero a la campaña de acoso a la Iglesia, personificada en los ataques al Papa Benedicto XVI –y, de paso, a Juan Pablo II y a algunos cardenales vivos y difuntos-. La excusa, como es sabido, ha sido la supuesta “tolerancia” del actual Pontífice hacia sacerdotes pederastas, tanto cuando fue arzobispo de Munich como cuando presidió Doctrina de la Fe. El hecho de que medios tan poderosos y significados con la “progresía” –y con otros poderes- como el “The New York Times” o la BBC, hayan rebuscado en las cloacas para encontrar algo que, cogido por los pelos, pudiera presentarse como un argumento sólido contra Benedicto XVI, ha demostrado no sólo quién está detrás de la campaña, sino también lo decididos que están a asestar un golpe mortal a la Iglesia. Han ido a por todas y con todos los medios a su alcance.
Ante esto hay que preguntarse tres cosas. Primero, por qué lo han hecho. Segundo, cómo les ha salido la jugada. Y, tercero, qué apoyos han tenido en el seno de la Iglesia.
Los ataques al Papa y a la Iglesia no se deben a una búsqueda de la verdad –propia de un sano periodismo-, ni a acabar con una situación de corrupción que seguía generando víctimas inocentes por parte de un clero corrompido. Los datos demuestran que sólo uno de cada 60.000 menores víctimas de abusos, ha sufrido a manos de un clérigo católico; esto es muchísimo pues no debería haber ninguno, pero no se puede considerar ni como una epidemia, ni como un problema que hay que atajar desatando una gran campaña mediática, máxime cuando prácticamente todos los casos se remontan a hace 30 ó 40 años. Se ha elegido a propósito un asunto que impacta en la sensibilidad de la población para atacar a la Iglesia y destruir su prestigio moral. Y esto se ha hecho por tres causas: la Iglesia sigue presentándose como el único camino completo de salvación, la Iglesia está denunciando la dictadura del relativismo y la Iglesia no se calla ante los intereses económicos de determinados y poderosos sectores -es significativo, al respecto, que el abogado que está asesorando a los dos ingleses que quieren meter al Papa en la cárcel sea el mismo que defiende al etarra De Juana Chaos-. Benedicto XVI, con su sabiduría, ha defendido, promovido e iluminado estas tres reivindicaciones de la Iglesia y por eso había que acabar con él a cualquier precio.
En segundo lugar, hay que decir que la operación les ha salido, en términos generales, mal. Es cierto que muchos denigran a la Iglesia –sobre todo en los blogs de los periódicos- y que los anticlericales están crecidos. Es cierto que hay voces que piden la expulsión del Vaticano de la ONU y que agresivos tertulianos proclaman su convicción de que esto es el final de la Iglesia. Sin embargo, la verdad, para disgusto de ellos, es que los católicos practicantes han visto la jugada y se han dado cuenta de que es una campaña injustificada contra el Pontífice, lo cual les ha llevado a unirse más a él e incluso a defender a sus sacerdotes, conscientes de que la práctica totalidad de los mismos -el 99,95 por 100- no están implicados en esos horribles delitos. La pasada Semana Santa ha servido para demostrar el apoyo del pueblo fiel a la Iglesia: más gente que nunca tanto en las procesiones como en los actos litúrgicos en el interior de los templos. El resultado conseguido no ha sido, pues, el que buscaban los enemigos de la Iglesia, sino todo lo contrario: los católicos se han cerrado como una piña en torno al Papa. Incluso me atrevo a decir que entre gente honesta no católica, pasado el primer impacto mediático, se está produciendo una resaca contra las manipulaciones informativas, pues lo mucho cansa, sobre todo cuando las pruebas que se presentan no son suficientes.
Queda el último punto: la colaboración interna. Es evidente que ha existido, pues los documentos aireados por los medios de comunicación proceden de fuentes eclesiásticas. Pero lo más significativo ha sido la proclama de Hans Küng, dirigida a todos los obispos del mundo para que se rebelaran contra el Papa. Queda para la historia averiguar si la acción del amortizado Küng estaba prevista y era la parte final del programa de los que han planeado el ataque contra la Iglesia, o si el antiguo asesor del Vaticano II ha actuado por su cuenta, sumándose a la ola de ataques al Papa con la pretensión de aportar su piedra para demoler el edificio de la Iglesia, en una especie de maligno canto del cisne. En cualquier caso, al menos hasta el día de hoy, el resultado de su proclama es nulo. Si pretendió emular la acción de Lutero cuando colgó sus tesis contra las indulgencias en las puertas de la iglesia del palacio de Wittenberg, aprovechando que la progresía mundial había preparado el terreno para un levantamiento contra el Papa, ha fracasado. Cuando leí su artículo pensé que no faltarían una veintena de obispos en todo el mundo que se sumaran a la iniciativa. Pues ni eso. Con el agravante para él y para los suyos de que han disparado ya sus cartuchos y eran sólo de fogueo. Ni su silencio ni sus excusas, si las hubiera, alegando que no pretendían atacar a la Iglesia, podrán ocultar la realidad: han fracasado. Y esta es una victoria para la Iglesia, para todas las religiones y para la humanidad, pues lo que se ha llevado a cabo ha sido un experimento de ingeniería social que pretendía manipular la voluntad de la población mundial en función de oscuros intereses.
Es posible que ahora los enemigos de la Iglesia dirijan sus dardos a torres menos elevadas. Harán daño. Seguirán haciendo daño. Pero, a la vez, estarán haciendo, sin quererlo, un servicio a la Iglesia. Primero, porque ayudan a purificarla. Segundo, porque en los dos mil años de historia que tenemos hemos visto muchas veces que la sangre de los mártires ha sido semilla de nuevos cristianos. En este caso, el mártir ha sido el propio Papa y, según vayan pasando los ataques, su figura se irá acrecentando no sólo ante los ojos de los católicos sino ante los del mundo. Benedicto XVI, que fue elegido como un Papa de transición para que continuara la labor de su predecesor, tiene ya su puesto de honor en la historia de la Iglesia por derecho propio.

miércoles, 14 de abril de 2010

Conocer la verdad

Conozco a Alejandro Llano desde hace años. Ayer puede leer este artículo en La Gaceta, que me gustó. Lo adjunto porque me parece muy acertado el planteamiento que hace, y porque se trata de llegar al verdadero fondo del problema, sin ocultar nada, pero sabiendo que hay detrás de toda esta trama.

Sexo y religión
La Gaceta, 11 de abril, 2010
Alejandro Llano

Se sabe muy bien que Ratzinger fue el primero en denunciar los desórdenes en la Iglesia - En algunas comunidades el erotismo es capítulo obligado de Educación para la Ciudadanía.
Cambian los motivos o disculpas, pero se mantienen constantes los ataques a la Iglesia católica. A nadie le sorprende ya que el permanente hostigamiento tenga siempre los mismos orígenes y acabe por apuntar a Benedicto XVI.
Es el enemigo a batir, porque representa un desmentido viviente a la presunta falta de inteligencia y humanidad que achacan a los católicos. En esta última campaña –cuidadosamente preparada– han recurrido a una acusación que tiene ciertas bases reales y se presenta cargada de morbo.
Aunque la temática dista mucho de ser nueva. La secreta actividad sexual de sacerdotes y religiosos es un tópico frecuentado por la novela anticlerical decimonónica, con resultados ocasionalmente tan brillantes como La Regenta de Clarín.
El aditamento actual hace que la agresión apunte a algo todavía más morboso: la homosexualidad ejercida contra menores. Con ello empiezan las paradojas. Porque la liberación sexual y la ideología de género es el tema central de los supuestos progresistas españoles, que han renunciado a las reivindicaciones sociales y a la vanguardia cultural.
Lo suyo es, ahora, la promoción de la homosexualidad, el desprecio a la familia y el adoctrinamiento de adolescentes y niños en la práctica temprana del sexo, con especial énfasis en sus variantes menos naturales. Lo que –según pretenden– les desmarca de una inquietante cercanía con lo que ahora denuncian, es la supuesta libertad de aquellos a quienes incitan a ejercitarse en modalidades sexuales consideradas por muchos como escasamente éticas.
Pero surge inmediatamente la pregunta: ¿acaso son realmente libres los niños y niñas, desde los 11 años, a quienes se somete a “talleres de masturbación”, “exploración del clítoris” y otras experiencias que da hasta vergüenza nombrar? Y esto no es algo episódico o accidental.
En algunas comunidades autónomas el erotismo sistemático se considera un capítulo obligado de la Educación para la Ciudadanía, al menos en los centros oficiales.
Y la nueva Ley del Aborto incluye en su propio título la formación afectiva y sexual llevada forzosamente a cabo por instructores preseleccionados en todos los colegios y desde temprana edad. ¿Así entienden los socialistas la libertad en materia tan íntima y personal? Estamos ante un abuso sexual universal y sistemático.
Todo lo cual, evidentemente, no disculpa en absoluto a los clérigos que se aprovecharon de su posición religiosa y docente para actividades injustificables y odiosas.
Resulta sospechoso, con todo, que se saquen a la luz con estudiada secuencia tales escándalos –que acontecieron en ocasiones hace varias décadas– y que se denuncie a autoridades eclesiásticas que, en algunos casos, nada tuvieron que ver directamente con los atropellos ni con su ocultación.
Más delicado para la sensibilidad de los propios católicos resulta el permisivismo con el que se ha enfocado este problema en seminarios y centros educativos. No han sido precisamente los religiosos considerados conservadores quienes han abierto la mano ni, quizá, los que han disimulado irregularidades tan penosas.
Han sido, más bien, quienes se consideraban en línea de una ética más abierta y progresiva. Y, desde luego, al cardenal Ratzinger no se le puede acusar, ni en Múnich ni en Roma, de ninguna inconsistencia teórica o pastoral.
Se sabe muy bien que fue el primero en denunciar y poner coto a los desórdenes que comenzaban a apuntar en la Iglesia La revolución cultural y sexual que arranca en 1968 se inspiraba –junto con ideas más interesantes– en una ideología en la cuales se entremezclaban versiones tardías del freudo-marxismo, convencionalmente personalizadas en Herbert Marcuse.
La revolución del 68 no fracasó, según pretenden algunos de manera frívola y voluntarista. Penetró en todos los ámbitos sociales, también en los ambientes religiosos, y contribuyó al cambio de costumbres que se ha venido agudizando desde entonces. Realmente es la única revolución que, con estructura marxista, ha triunfado en el siglo XX. Y es aquí, y no en el celibato sacerdotal, donde se encuentran las raíces de estas conductas erráticas que ahora afligen a los católicos y son instrumentalizadas por los enemigos del cristianismo.
Poner en el celibato la causa de tales abusos equivale a no tener en cuenta datos elementales de la psicología y la ética. A la Iglesia católica se le reprocha con frecuencia una presunta rigidez en cuestiones morales. Si la ética de inspiración cristiana defiende posturas no siempre populares, no es por la aplicación de un código implacable, sino por la defensa de la dignidad intocable de la persona humana.
Éste es el motivo por el que siempre ha promovido y practicado las virtudes de la castidad y del pudor. Cosa que ahora los manipuladores aprovechan para hablar de hipocresía. Nos ofenden con ello injustamente a muchos. Y los manipuladores deberían tener muy presente que la acusación de hipocresía se vuelve fácilmente contra los que la lanzan.

Cuando examinamos donde está verdaderamente el origen del problema, pienso que podemos llegar a la conclusión de que detrás de todo lo que estamos viviendo, leyendo y escuchando, hay muchas presiones mediáticas y económicas, un deseo de desacreditar la autoridad moral del Papa, y quizás, por parte de algunos teólogos que no aceptan a este Papa, un deseo conciliarista, volver a los Concilios de Pisa y Constanza, para construir una Iglesia democrática que imponga la verdad por consenso, por votos, sin acatar una autoridad suprema.
Un saludo.

martes, 13 de abril de 2010

El gorrión

Me mandó el enlace a este vídeo un amigo. Me pareció increíblemente bueno, y te recomiendo que lo veas despacio, porque es conmovedor. Me pregunto si seremos capaces de tratar a los demás con caridad y paciencia, porque eso han hecho con nosotros (o incluso aunque no lo hayan hecho). Un saludo

viernes, 9 de abril de 2010

Reconciliación

Pude ver hace unos días la película Katyn. Me quedé impresionado por la trama y el hecho histórico, que pone en evidencia la grandeza y al mismo tiempo la vileza a la que el hombre puede llegar. Me alegró leer ayer esta noticia:
"Los primeros ministros de Rusia y Polonia, Vladimir Putin y Donald Tusk, sellaron ayer la reconciliación entre ambos países al homenajear juntos a las víctimas de Katyn, localidad de la provincia rusa de Smolensk, situada cerca de la frontera con Bielorrusia, donde en 1940 22.000 polacos fueron asesinados de un tiro en la nuca por el NKVD (policía política soviética) que obedecía órdenes del dictador Stalin. Durante 50 años la URSS negó los hechos y culpó a los nazis de la matanza, pero en 1989 Mijaíl Gorbachov reconoció la culpabilidad de su país en estos crímenes.
Tras la caída del comunismo en Polonia y el hundimiento de la URSS, la matanza siguió dificultando las relaciones entre Varsovia y Moscú. Los responsables polacos y los familiares de las víctimas acusan a las autoridades soviéticas de genocidio y piden a Moscú que desclasifique todos los documentos sobre los sucesos. Aunque los nuevos dirigentes rusos se mantienen cautos, entre otros motivos, para hacer frente a los sectores más nacionalistas y a los nostálgicos del comunismo que se niegan a reconocer la autoría de Moscú, el encuentro de Tusk y Putin con motivo del 70.º aniversario de la tragedia tuvo un alto valor político y simbólico.
Es la primera vez que un dirigente polaco viaja a Katyn de forma oficial y que el poderoso primer ministro ruso está presente en los actos de homenaje que se celebraron en el complejo memorial de Katyn, construido a unos 15 kilómetros de la ciudad del mismo nombre.
El trabajo de memoria es lento y difícil en Rusia. Una investigación llevada a cabo entre 1990 y el 2000 quedó archivada, y en el 2004 la Fiscalía rusa zanjó la cuestión entregando a Polonia la tercera parte de los archivos sobre el caso. Pero también se han dado pasos a favor de la distensión. La semana pasada una cadena pública de la televisión rusa difundió la película Katyn del cineasta Andrzej Wajda, cuyo padre fue una de las víctimas del NKVD.
Los dos jefes de Gobierno se expresaron a favor de superar las heridas del pasado. Putin tuvo palabras duras contra los responsables de las matanzas, pero evitó disculparse públicamente por los crímenes del pasado y mucho menos reconocer que Moscú quiso llevar a cabo un genocidio, como sostiene en cambio Varsovia. «La única forma que tenemos de superar la incomprensión es reflexionar juntos sobre nuestra historia común y nuestras heridas históricas», dijo Putin, que admitió que «los crímenes cometidos por el régimen totalitario» son injustificables, porque el objetivo fue «sembrar el terror».
En la misma línea, el primer ministro ruso aseguró: «Nuestro país ha elaborado una estimación política, jurídica y moral de los crímenes que no va a ser revisada».
Aunque reconoció que «durante largos decenios, se ha intentado disimular la verdad sobre las ejecuciones de Katyn con mentiras cínicas», consideró que el pueblo ruso no es el responsable de esta tragedia, y destacó que afirmar lo contrario es «una mentira».

Cuando se actúa sin fe y sólo por motivos políticos, partidistas y de poder, se puede llegar a considerar al hombre como una cosa, sin dignidad. El hombre ha olvidado que el hombre es imagen y semejanza de Dios, y entonces se llega a esa vileza: 22.000 hombres asesinados uno a uno con un tiro en la cabeza durante semana, meses en oleadas de 200, 300 cada día, ¡qué locura y horror! ¿En algún momento, los hombres seremos capaces de pedir perdón por los crímenes del aborto que en estos años se han realizado? No se trata de comparar, pero la comparación sale sola. Quizás dentro de años, haya políticos, médicos, enfermeras, madres de familia, etc., que públicamente pidan perdón.

jueves, 8 de abril de 2010

El sacerdote

Merece la pena verlo. Está bien hecho y da una imagen buena, muy buena, del sacerdote, precisamente ahora que tan mal se habla de nosotros. Un saludo.
No dejes de ver la segunda y tercera parte.

miércoles, 7 de abril de 2010

Proteger a los nuestros

Me parece que este vídeo es bastante aleccionador, y nos hace caer en la cuenta de lo que está al alcance de la mano de nuestros hijos si, como se dice coloquialmente, nos "chupamos el dedo", y no nos enteramos de lo que pasa a nuestro alrededor.
La educación en libertad no tiene nada que ver con el "carpe diem" de disfrutar de todo que el mundo nos ofrece. Un saludo.

martes, 6 de abril de 2010

En equilibrio

Lo primero, feliz Pascua a todos, y siento no haber escrito hasta ahora. Os podéis imaginar que estos días han sido de trabajo añadido lógico para un sacerdote en Semana Santa. He podido colaborar en los Oficios de la zona de Paderne (junto a Betanzos), donde D. Santiago, un buen amigo, está realizando un labor fenomenal. También he podido ayudarle a D. José Carlos -el cura de moda, como le llaman-, que atiende Santa Eulalia, y que colabora en RadioVoz, y que ha levantado unas parroquias y da gusto acudir cada domingo a las celebraciones en las cada día hay más gente.
Estos días, la Semana Santa, ha sido para los católicos unos días de dolor y de oración, fundamentalmente por el ataque despiadado que la prensa laicista ha lanzado contra el Papa y su magisterio moral, en el fondo para desacreditarlo, por los lamentables sucesos de pederastia por parte de una parte ínfima del clero. Eso es lo que les conviene sacar a relucir: la debilidad y los errores (por supuesto graves) de unos pocos sacerdotes que no han sido fieles y que han hecho un grave daño a Dios, a la Iglesia, a muchos niños y niñas, a sus familias, y por supuesto a si mismos. Así lo ha dejado claro el Papa en la carta a la Iglesia en Irlanda, que me parece magistral, dura y clara.
Pero da igual, hay que echar porquería sobre el Papa y la Iglesia, y por eso ha comenzado la guerra contra quien defienda al Papa o a la Iglesia; son planteamientos atávicos que se pierden en una trasnochada forma de combate contra un Dios que molesta, porque exige. Se han olvidado del Dios que ama y perdona.
¿Dónde está realmente el fondo de problema, sin negar que ha habido abusos graves o gravísimos por parte de unos cuantos clérigos? Mi parecer coincide con el de un buen amigo que hace unos días escribió una artículo que "levantó ampollas" en quienes le leen. Decía lo siguiente, y perdón que me extienda:

"A la vista de cómo se están dando estas noticias cabe, sin embargo, hacer algunos comentarios. La primera y más grave es que asombra la cantidad de falsas informaciones. Por citar solo las que intentan involucrar al Papa, todas se han demostrado equivocadas: la del cura pederasta supuestamente amparado por Ratzinger cuando era cardenal de Munich (los hechos sucedieron bastante después de que él dejara la diócesis), el que hubiera desoído una denuncia sobre un cura de Milwakee que abusó de niños sordomudos (un asunto sórdido repleto de detalles sorprendentes) o el caso de los niños del coro que dirigía el hermano del Papa (ninguno de los tres chicos coincidió con la época Georg Ratzinger). Podría preguntarme por qué, pese a que suponen un porcentaje infinitesimal (en Alemania, por ejemplo, el 0,04%) de los abusos de este tipo, algunos medios se ceban contra la Iglesia mientras consienten una prostitución infantil cada día más extendida, incluso en las redes sociales. O por qué el escándalo americano coincidió, casualmente, con la oposición de la Iglesia Católica a la guerra de Irak. ¿Algo que ver con intentar rebajar su prestigio moral? O por qué se relacionan los abusos sexuales con el celibato y no con la homosexualidad, motivo de tantos de esos delitos. ¿Qué se persigue con más fuerza, a la Iglesia o al delito? ¿Acaso para quitarle autoridad a su doctrina moral sobre la sexualidad?"
En el fondo es eso, querer quitar autoridad al Papa en el terreno moral, sencillamente porque molesta.
Precisamente estos días estoy con un buen grupo de sacerdotes de ejercicios espirituales. Es reconfortante ver a estos sacerdotes venerables en edad y santidad, que han dejado la vida por la Iglesia sin dar la lata, sin que les oiga, sin dar espectáculo, pero que defienden con su vida entregada y alegre a Dios, al Papa y a la Iglesia. Eso sí, de éstos no se habla, porque no arman ruido.
Vivimos en un continuo equilibrio, del que saldremos porque la Iglesia es de Dios, y el poder del diablo -que existe- no podrá con Ella. Que seamos capaces de vivir en ese equilibrio, pero defendiendo con nuestra palabra, con la oración y haciendo el bien a quien las veces de Cristo en la tierra.
Un saludo.