viernes, 25 de junio de 2010
El santo de lo ordinario
Tengo en mi haber haberlo conocido en dos encuentros con mucha gente en Valencia en noviembre de 1972. Para mí es un regalo ese encuentro del que nunca daré bastantes gracias a Dios, pues a su fidelidad le debo mi vocación al Opus Dei, y mi vocación al sacerdocio.
martes, 22 de junio de 2010
Pasar el relevo
Entonces Miguel (así se llama) sólo era seminarista de cuarto curso, con una vocación muy clara, y con una ilusión porque su sacerdocio que llegaría, que saltaba a la vista.
Desde entonces nos hemos visto de vez en cuando, hemos hablado, y se ha creado una amistad que ha ido en aumento. No podía faltar a esa ceremonia.
Me fijé en un detalle: la ilusión e incluso la emoción que los sacerdotes más veteranos (que no viejos, porque todos los sacerdotes somos jóvenes de corazón), ponían al imponer las manos en la cabeza de los ordenados. Era como decirles: ¡te paso al Espíritu Santo!, ¡te confío el tesoro del que ya somos participes los demás! ¡Hazlo tu mejor que nosotros! ¡Contamos con que no nos falles!
Realmente, me emocioné a pensar que esa imposición de manos (por otra parte, signo evangélico) era como pasar el relevo de una carrera.
Me ayudó leer una entrevista con el actual Prelado del Opus Dei que salió publicada hace unos días en la página web de la Prelatura. Te añado un enlace.
sábado, 12 de junio de 2010
La carta de un sacerdote
Es cierto que los sacerdotes somos hombres, y como todo hombre, débiles, pero tenemos que alabar y dar a conocer a tantos sacerdotes que trabajan tanto y tan ocultamente. Ya lo he dicho más de una vez, nadie se acuerda de ellos; hagamos un elogio de todos ellos.
La Carta del P. Martín Lasarte, salesiano uruguayo que hace casi 20 años está en Angola (África) está dirigida al periódico New York Times, que se ha empeñado en una campaña mediática contra la Iglesia y el Papa, más allá del doloroso escándalo de los sacerdotes que han sido motivo de escándalo por sus inconductas sexuales aberrantes.
Querido hermano y hermana periodista:
Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.
Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.
Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente ¡todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.
¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños... No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio. Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos de padres que fallecieron con Sida, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a seropositivos… o sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.
No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región… Ninguno pasa los 40 años.
No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve.
La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia , esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.
No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…
Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.
Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad , el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión.
En Cristo,
P. Martín Lasarte sdb
Angola - África
martes, 1 de junio de 2010
La última cima
Conocí a Pablo hace años, con motivo de unas convivencias en Galicia, y también le escuché en alguna conferencia en Zaragoza. Pablo tenía un algo especial que atraía, y que con sencillez facilitaba que te acercaras a él.
Me ha alegrado enormemente que se haya hecho esta película –que estoy deseando ver- sobre su vida. Se lo merece.
Pero estoy seguro que lo que más desearía Pablo es que esta película sirva para que mucha gente conozca la vida de un sacerdote que sólo quiso ser eso (nada y nada menos): SACERDOTE, y por lo tanto, CRISTO; porque ese era el deseo más profundo, que a través de él, muchas personas se acercaran, conocieran y amaran a Cristo.
Al acabar el próximo día 11, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Año Sacerdotal, es muy oportuno este estreno, sencillamente porque ya va siendo hora de que se conozca y se valore la vida de muchos sacerdotes que sólo han querido ser eso: buenos sacerdotes.
Recojo la noticia y una entrevista con el director de la producción.
El próximo jueves 4 de junio se estrena en España la película «La Última Cima», un largometraje sobre la vida del sacerdote español Pablo Domínguez Prieto, fallecido en febrero del año pasado a los 42 años en un accidente de montaña en el Moncayo.
El director de la producción es Juan Manuel Cotelo, un hombre que quedó impactado por su figura, tras conocerle en una conferencia. Doce días después, ocurrió el accidente en el que falleció este sacerdote.
Cotelo, actor, guionista y director de cine y televisión, se autodenomina simplemente «contador de historias que merezcan la pena ser contadas». Dirige la productora Infinito + 1. Ha dirigido también producciones como «El sudor de los ruiseñores» y es autor del libro «Opera Prima. Así logré escribir, producir y dirigir».
Pablo no era un sacerdote más sino un buen sacerdote
Cotelo confiesa que un amigo le invitó a grabar la charla del padre Pablo: «yo no veía por ninguna parte el interés en conocer a un sacerdote más», confiesa. «¡Y ése fue mi error! Porque Pablo no era "un sacerdote más", sino un buen sacerdote», dice.
«Por quitarme de encima la insistencia de mi amigo... fui y la grabé», recuerda Cotelo. «Además, hablé con él unos escasos minutos y comprobé su buen humor y su generosidad. No dudó en decirme: "si puedo ayudarte en algo, sólo tienes que pedírmelo". Aquello me impresionó porque sentí que lo decía en serio».
Pablo Domínguez Prieto era el decano de la facultad de Teología San Dámaso de Madrid. Nació en la capital española en 1966 y fue ordenado sacerdote a los 24 años. Doctor en Filosofía y en Teología, publicó 7 libros y decenas de artículos, impartió más de 50 conferencias. Era un buen alpinista y escalador. Coronó todas las cimas españolas superiores a 2.000 metros y otras superiores en los Alpes y los Andes. Cuando podía, celebraba misa en la cumbre.
Enamorado de Dios, la Iglesia y las montañas
Cotelo destaca del padre Pablo «su alegría y buen humor, su optimismo, incluso en los momentos más dramáticos, porque confiaba totalmente en su gran amor: Dios... "que no es un amigo cualquiera, sino que es un Padre Todopoderoso", dicho con sus palabras».
«Estaba enamorado de Dios y servía a Dios sirviendo a los demás», dice Juan Manuel a pesar de su brevísimo trato con él. «Ésa era la segunda cualidad que llamaba más la atención en él: su reacción inmediata para ponerse al servicio de cualquier persona, fuera quien fuese», testimonia.
«Estaba enamorado de la Iglesia», asegura. «Por último, estaba enamorado de las montañas, de la naturaleza, el lugar en el que se encontraba con Dios de modo más íntimo. En resumen, diría que el amor de Pablo a Dios era el mismo amor que tenía a los demás, a la Iglesia y al mundo. Todo lo unía en Dios» asegura el director de La Última Cima.
Cotelo recuerda el día en que se enteró de la muerte de Pablo viendo las noticias: «Escribí a un amigo montañero y, para mi sorpresa, me respondió llorando, diciéndome que había muerto "su amigo Pablo". ¡Yo no sabía que eran amigos! Desde ese día hasta hoy sigo topando con amigos de Pablo, del modo más inaudito. Con eso he descubierto que conocer a Pablo era querer a Pablo».
La idea de «La Última Cima»
Alguien le sugirió hacer una película sobre el padre Pablo. Juan Manuel se negó rotundamente. Pero poco a poco empezó a cambiar de parecer: «Fui conociendo a personas que habían tratado a Pablo y que me contaban de qué modo el cariño que habían recibido de parte suya había transformado sus vidas. Había que estar ciego para no darse cuenta de que su historia merecía la pena ser contada», dice.
«Además, siempre he concentrado mi trabajo en contar historias de personas buenas, sin prestar atención a los que hacen el mal, porque personalmente no me interesan esas historias de las que, además, se ocupan muchos otros con gran profesionalidad», confiesa Juan Manuel.
Me ha cambiado la vida
Este cineasta cuenta cómo aquella conferencia y su breve trato con Pablo alteraron su vida: «Pablo es la demostración de que cualquier persona puede tener una vida fértil. Porque sus virtudes son accesibles a cualquiera», dice.
«Gracias a él, ahora procuro escuchar con más atención a las personas, prestar pequeños servicios a quien se ponga delante, sonreír cuando no me apetece, alterar mi horario sin enfadarme cuando surge alguien que me lo pide... y unas cuantas cosas más en las que veo que él era mucho mejor que yo», señala.
«Sobre todo, procuro buscar a diario y en todo la voluntad de Dios para mí», agrega. «Por último, con Pablo uno puede descubrir que el Cielo no está "más allá" ni empieza "más tarde", sino que desde ahora uno ya puede empezar a vivir en el Cielo, si dejas que Dios entre en tu vida», dice Juan Manuel.
Este trabajo le ha permitido a Cotelo encontrarse con la belleza de la vocación sacerdotal que para él «es la belleza de un Dios humilde quien, pudiendo actuar sin depender de nadie, nos hace llegar su gracia a través de otros hombres».
«Cristo, pudiendo dar de comer a una multitud, con un simple chasquido de dedos, lo hizo con la colaboración de hombres vulgares: "dadles vosotros de comer". Y hoy sigue actuando igual», dice Juan Manuel. «Son los sacerdotes quienes nos dan el alimento para el alma, que no es suyo, sino del mismo Dios, que se nos entrega en persona a cada uno», asegura.
«Es innegable que Pablo ha vivido y ha fallecido con fama de santidad, sin eufemismos: santidad real», asegura el director de «La Última Cima».
«Además, lo que destacan de él quienes le trataron no son sus cualidades intelectuales, a pesar de tener dos licenciaturas y dos doctorados», dice el director. «Me sorprendió mucho que nadie diera importancia a eso, a pesar de ser cierto. De él destacan sus virtudes: su alegría, su humildad, su generosidad, su amor a Dios, su castidad, su desprendimiento de todo lo material...».
«He querido dar la cara por los curas», dice Juan Manuel Cotelo, y por ello dedicó este largometraje a un sacerdote que, minutos antes de morir, llamó por móvil a su familia y dijo «He llegado a la cima».
Un saludo