Entonces Miguel (así se llama) sólo era seminarista de cuarto curso, con una vocación muy clara, y con una ilusión porque su sacerdocio que llegaría, que saltaba a la vista.
Desde entonces nos hemos visto de vez en cuando, hemos hablado, y se ha creado una amistad que ha ido en aumento. No podía faltar a esa ceremonia.
Me fijé en un detalle: la ilusión e incluso la emoción que los sacerdotes más veteranos (que no viejos, porque todos los sacerdotes somos jóvenes de corazón), ponían al imponer las manos en la cabeza de los ordenados. Era como decirles: ¡te paso al Espíritu Santo!, ¡te confío el tesoro del que ya somos participes los demás! ¡Hazlo tu mejor que nosotros! ¡Contamos con que no nos falles!
Realmente, me emocioné a pensar que esa imposición de manos (por otra parte, signo evangélico) era como pasar el relevo de una carrera.
Me ayudó leer una entrevista con el actual Prelado del Opus Dei que salió publicada hace unos días en la página web de la Prelatura. Te añado un enlace.
Un saludo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario