Seguramente estos días estarás haciendo las maletas..., o quizás a mitad de mes, o en agosto.
El caso es que medio país se pone las bermudas, la camiseta de verano, las chanclas; en la mochila mete el bañador (o lo lleva puesto) y la toalla. El coche va lleno de maletas, bicis, cachivaches de todo tipo; nos dirigimos a descansar -mejor dicho, a intentar descansar- a la playa o al monte... ¡Llegó el verano!
Hoy he hablado con dos o tres madres de familia. Mientras las escuchaba por el móvil, oía un montón de gritos, carreras, estruendos de todo tipo..., que incluso impedían escucharlas bien. En cada caso los niños (son familias numerosas, ¡olé, por ellas!) no les dejaban ni hablar ni escuchar... ¡es el verano!
Puede parecer que tener a los niños en casa, dedicarles más tiempo, ocuparles el día sea un engorro infinito, pero al mismo tiempo, también eso hace familia (incluidas las pequeñas peleas), se aprende a convivir, a quererse más, sencillamente porque se está más tiempo junto.
Organizamos el verano de muchas maneras. Pero me preguntaba esta mañana, ¿lo montamos al margen de Dios y de los demás?
Ayer me contaba un amigo que estuvo en la Expo de Zaragoza, que le sorprendió ver en la pabellón de la Santa Sede una pequeña capillita donde se podía rezar, con la presencia de Dios en el sagrario. Me alegré infinito.
Ojalá también en el centro de nuestros veranos y de nuestras familias esté su Presencia de modo permanente, y nos montemos estos días de descanso contando con El, descansando en El.
Un saludo
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