Cuando vi a la enferma me conmoví. Se trataba de una enferma de ELA. Un chica de 40 y pocos años, guapísima, pero desmejorada por la enfermedad; madre de tres hijos, y ya muy limitada por los efectos que produce la esclerosis. Pero sabes porqué me pareció guapísima, porque sonreía, e incluso reía, y alguna vez, en el trascurso de la nuestra conversación, lloró. Tuve que secarle las lágrimas porque ella no podía.
Me pareció un alma grande, confundida y apenada por no poder ser útil, pero serena y contenta, a pesar de lo que tiene encima. Tuvimos una larga conversación, reconfortante para mí, y espero que para ella.
La cuestión que más hablamos es aquella que cuenta André Frossard en uno de sus libros cuando unos universitarios de La Sorbona le plantean la siguiente cuestión después de una conferencia (era el año 1968):
- Profesor ¿por qué vivir? Su respuesta, rápida, elocuente fue:
- Habéis formulado mal la pregunta, la cuestión es ¿por quién vivir?
Esa es la pregunta que debemos hacernos, ¿por quién vivir? Mi amiga lo sabe; a pesar de su enfermedad, lo entiende, aunque le duele, pero sabe por quién vivir, los tiene a su lado todos los días, y está feliz. Piensa manifestarlo hasta el final con su alegría -que esa está en el corazón-, aunque no sea capaz de mover los labios para sonreír.
Un saludo