Siempre me ha gustado la historia de La Cenicienta. Es la representación de quien parece “condenado” a fracasar, y finalmente sale de su ruina por un milagro, el triunfo de los pequeños, de los que no pueden nada.
Al mismo tiempo, me parece que el éxito no es consecuencia de un “golpe de suerte”, como si la vida fuera simplemente de jugar a la lotería y esperar que llegue el día que nos toque. Pienso que hay que vivir cada día con todas sus consecuencias, exprimiendo cada minuto en saber hacer el bien, o como decía San Josemaría: “dando a cada segundo vibración de eternidad”.
He pasado unos días estupendos en Valencia y en Villagarcía de Arousa junto a un buen grupo de amigos todos ellos sacerdotes, como yo.
La verdad es que he descansado, y una vez más me he confirmado en la idea de que vale la pena haber respondido con un sí a la vocación.
He estado con sacerdotes de muy distintas edades, desde los 30 años como Sergio y Yago (de Castellón) y Alberto -“Panchito” para los amigos- (de Vigo), hasta los 80 como D. Aurelio (en Valencia), o D. Antonio (de Lugo). En todos ellos he visto alegría y seguridad en su camino, con muchos o pocos años de sacerdocio.
Te aseguro que en todos nosotros la vida no se desarrolla como si nos despertáramos de un sueño, y volviéramos a una vida real triste y aburrida, como cenicientas que se encuentran con la varita mágica que les cambia su vida sin buscarlo, pero que no viven en la realidad.
La vida de todos nosotros no es un pasar sin pena ni gloria, esperando que inesperadamente venga un “príncipe azul” que nos descubra que nos ha tocado la lotería. Me parece que sería un enorme error pensar y vivir así.
La verdadera felicidad de un sacerdote se encuentra en la realidad de la misma vida que día a día, vive. Lo nuestro es una llamada divina, y una respuesta generosa a esa voz de Dios, que se forja día a día en el sí cotidiano por encima de rutinas y aburrimientos, en el sí del alma enamorada: esa es la vida de un sacerdote. Así es, te lo aseguro, aunque algunos te cuenten otra cosa. Un saludo