Da la impresión de que en muchas facetas hemos perdido la sensibilidad, llegar a darnos cuenta de lo importante, asombrarnos ante el espíritu grande, ante las almas buenas.
Pero he tenido una experiencia que me ha llenado de esperanza.
Brevemente: estaba contándoles a mis alumnas de 2º de Primaria (7-8 añitos) la Pasión del Señor, de una manera delicada, sencilla, de modo que ellas pudieran entenderla. Les hablaba de Simón de Cirene, y -cómo si fuera un cuento-, les decía que se encontró con la comitiva que acompañaba a Jesús (les describía lo mal que le trataban, etc.), y que Simón se acercó -le obligaron-, y cogió la Cruz de Jesús y le ayudó a llevarla, y que estaba segurísimo que Jesús le miró con un cariño inmenso.
Que aquella acción fue un alivio enorme para Jesús en medio de tanto horror.
En ese momento, escuché una voz entrecortada de una de las alumnas (detrás de mí, pues me estaba paseando por la clase), que dijó: "Qué bueno era Simón".
Me quedé parado, y se me puso la "carne de gallina", y me entró un "subidón total" (perdón por la expresión pero lo define).
¡Gracias a Dios, en las almas de los niños hay una sensibilidad maravillosa! Te aseguro que aprendo cada día muchísimo de ellos.
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