Para ello, perdona qu sea largo, lee lo que te dejo..., vale la pena. En 4 Vientos lo oimos y lo vivimos, aquello si que valió la pena. Un saludo
Seminarista
¡Santo Padre!
Me llamo Enrique, tengo veintisiete años y soy diácono de la diócesis de Madrid. Dentro de ocho días, si Dios quiere, con otros catorce compañeros seré ordenado sacerdote. ¡Sacerdote de Jesucristo! En este momento crucial de mi vida, al contemplar hasta dónde ha llegado el amor de Dios por mí... sólo puedo adorarlo y darle gracias por el don de la vocación, que no ha sido otra cosa sino la historia de un amor que ha cambiado mi vida, que ha roto el estrecho marco de mi puerta, que ha ensanchado mi corazón..., que me ha abierto a un horizonte de plenitud.
Como muchos jóvenes que en esta tarde han venido a encontrarse con Vuestra Santidad, conocí a Dios desde niño en mi familia, en mi parroquia, mis catequistas, mi grupo de amigos. Como muchos otros, entré en la universidad, salía con una chica y era un joven normal. Pero poco a poco, mi amistad con Cristo lo fue inundando todo, pedía más. Y yo reconocía que era más feliz cuando no me reservaba nada. La oración,
Santo Padre: recuerdo qué profunda impresión me causaron sus palabras cuando en junio del noventa y tres, nos dijo a los jóvenes reunidos en Madrid: “¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo a ser santos!”. En ese mismo lugar, el Papa que había visto siendo niño animando a los jóvenes a “abrir las puertas a Cristo”... me hablaba a mí. Hablaba a todos, pero me lo decía a mí: “¡Enrique! ¡Ábrele a Cristo el corazón de par en par! ¡No tengas miedo!” Y en su voz y en su mirada reconocía la voz y la mirada amorosa de Jesucristo, que desde su Cruz tiene sus ojos puestos en los míos... Desde entonces, no he cesado de buscar esa mirada...
París, Roma,... La última cita, el verano pasado en Toronto, donde esa mirada nos prometía “la misma alegría de Jesús”. Hay que dar la vida. Sabemos que nuestro mundo está herido por el odio, el pecado y la muerte... y que muchos no han recibido
Santo Padre, en nombre de todos y, muy especialmente de los que seremos ordenados el próximo domingo, ¡gracias por su palabra, su testimonio sacerdotal y su vida entregada, que tanto ha significado en nuestro camino vocacional! Le ruego que nos encomiende al Señor para que seamos santos sacerdotes. Y que su palabra y su mirada alcancen el corazón de muchos jóvenes para que también ellos respondan sí a Jesucristo con la entrega sacerdotal de sus vidas, que nosotros nos disponemos a comenzar. Enrique González Torres (Seminario Conciliar de Madrid)
Monja contemplativa
Santo Padre:
Soy una monja de Belén y de
En ellos he descubierto que era pequeña, débil, ni por asomo mejor que los demás, pero he descubierto también que el Señor me ha elegido para vivir en la tierra lo que todos vivirán en el cielo. El Señor me ha cubierto con su mano y me ha llevado al desierto para vivir un proceso o viaje interior al corazón. Día tras día, el Señor me va despojando de las muchas capas que recubren mi verdadera identidad, mi yo profundo, mi ser de gracia.
Es un trabajo interior que a veces se presenta como un combate, para renunciar a todo lo falso que me habita y a las seducciones del mundo. Recibo la llamada a vivir un nuevo y radical nacimiento de lo alto, un nacimiento del Espíritu. En esta esperanza, cada día, cada minuto, muero con Cristo y resucito con Él.
En lo más secreto de mi celda, y más aún, en lo más profundo de mi corazón, tienen cabida todos los hombres y mujeres del mundo, mis hermanos. Viviendo en el silencio y la soledad con Dios, siento aún más, si cabe, que no puedo disociar el Amor a Dios del amor a cada persona humana. Por eso sé con toda la certeza de la fe que estoy participando en
Muchas gracias, Santo Padre, por su testimonio de amor a Jesucristo y de entrega incondicional a
Hermana de
Soy
Antes de ingresar en el Instituto, era una joven normal: me gustaba la música, las cosas bellas, el arte, la amistad, la aventura,... Había soñado muchas veces con mi futuro. Pero un día vi por la calle a dos Hermanas que me llamaron la atención: por su recogimiento, su paso ligero y la paz de su semblante. Eran jóvenes como yo. Me sentí vacía y en mi interior oí una voz que me decía: ¿qué haces con tu vida? Quise justificarme: estudio, saco buenas notas, tengo muchos amigos,.. Me quedé mirándolas hasta que desaparecieron de mi vista mientras yo me preguntaba: ¿quiénes son? ¿a dónde van?.
Como Nicodemo, invité a Jesús en la noche de mi inquieto corazón y en la oración entré en diálogo con Él. Con Él sentí la llamada de tantos hermanos que me pedían mi tiempo, mi juventud, el amor que había recibido del Señor. Y busqué, y me encontré con la mujer que estaba más cerca del misterio de
Y aquí estoy, Santidad. Consciente de lo que he dejado. He dejado todo lo que los jóvenes que están con nosotros en esta tarde poseen: la libertad, el dinero, un futuro tal vez brillante, el amor humano, quizá unos hijos... Todo lo he dejado por Jesucristo que cautivó mi corazón, para hacer presente el amor de Dios a los más débiles en mi pobre naturaleza de barro.
Tengo que confesarle, Santidad, que soy muy feliz y que no me cambio por nada ni por nadie. Vivo en la confianza de que quien me llamó a ser testigo, me acompaña con su gracia. Gracias, Santo Padre, por su vida entregada sin reservas como testigo fiel del Evangelio, por fortalecer nuestra fe, avivar nuestra esperanza y abrir nuestro corazón al amor ardiente del que sabe perder su vida para que los demás la ganen. Gracias, Santo Padre, por su vida, que a muchos de nosotros nos ha marcado. Gracias por venir a decirnos a los jóvenes de España que el mundo necesita testigos vivos del Evangelio y que cada uno nosotros podemos ser uno de esos valientes que se arriesguen a construir la nueva civilización del amor, porque lo que nosotros no hagamos por los pobres, contemplando en ellos el rostro de Cristo, se quedará sin hacer. Gracias de nuevo, Santo Padre. Hna. Rut de Jesús (Instituto Hermanas de
2 comentarios:
Bueno es, caro amigo, recordar estos testimonios. Revivir recuerdos olvidados en el baúl de los recuerdos es sacar vino nuevo de odres viejos. Reconforta.
Un fortísimo abrazo.
Gracias. Seguiremos dando estos testimonios, que nos ayudan a recordar momentos entrañables e impactantes.
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